jueves, 21 de julio de 2011

Filosofando de madrugada

Y una vez más sigo sin hallar conclusión alguna. Tan sólo podría referirme a ello utilizando meras metáforas o simples comparaciones. Aún así , ni si quiera el poseedor de la oratoria más brillante del mundo podría expresar el estado anímico que envuelve mi cuerpo terrenal.

Mareas, olas, el repicar del agua en las rocas... es ésta la mejor descripción que puedo ofrecerles. Un mar de confusión, el viento soplando, arena en mis ojos... No consigo conocer la razón de tales imágenes en mi pensamiento. Tal vez se trate de un jeroglífico, de ese tipo de mensajes “subliminales” que nuestro subconsciente deja entrever en los sueños y nos muestra claramente durante el transcurso de aquello a lo que llamamos “realidad”. Tal vez sea un mensaje, posiblemente un aviso. ¿Correrá peligro mi porvenir?

Sin dudar, aún así, sigo dando guerra por las calles. Sigo emborrachándome hasta llorar... Siempre con mi cigarrillo en la mano y, es cuando suelto el humo, que puedo ver entre sus suaves ondeos cómo el recorrido que algún día conformó mi vida se esfuma para dar paso a una nueva calada, cuya combustión formará un nuevo camino a seguir.

No piensen, sin embargo, que la apertura del nuevo camino, recientemente mencionado, es símbolo de optimismo, pues el pesimismo más amargo me acompaña en saber que el resultado de la mayoría de proyectos llevados a cabo por mi persona no ha ido más allá de la mera frustración.
Más díganme, si no son las frustraciones nuestras mejores compañeras, en advertirnos del peligro que supone “confiar”, pues a merced del fracaso de mil proyectos me acerco a la cima, dónde se halla el mejor estratega. Y sí, dice la voz popular que son los años quienes nos dan la experiencia, más, me atrevería a decir, que es la experiencia quien nos da los años.

Escribiendo, ya, las últimas líneas de este relato nocturno, doy fin tal y cómo empecé: sin respuestas, sin conclusiones, con pocas cosas a nuevas que aportar, más me quedo con un simple detalle: 04:16 horas, la luna brilla, me fumo un cigarrillo mientras saboreo los últimos tragos de esa cerveza helada. ¿Qué más puedo pedir?